Mientras esperaba un bus en Upsala una vez, en primavera durante un congreso, en una calle semipeatonal del Centro, noté el delicioso trinar de unos pajaritos, parecían muchos. Ah bien. Paseriformes suecos, pensé. Cómo serán los gorriones nórdicos. Traté de ubicarlos. Por el suelo. En la papelera. Arriba del paradero. Debían estar cerca porque se escuchaban fuerte. No los encontraba. No estaban. Hasta que descubrí unos parlantes pequeños en el costado, perfectamente camuflados en el paradero. No puede ser, me dije. Pero sí: los trinos eran grabados. Quedé atónita. La gente seguía igual. Esperando el bus, con las bolsas de las compras, hablando entre ellos o por celular.
Aún hoy, después de tantos años, aquella vivencia me sigue dando que pensar. La he contado muchas veces, invitando a la reflexión. No digo que no haya pájaros en las ciudades suecas, ni mucho menos: por lo que he conocido, los nórdicos en general se preocupan por conocer y cuidar su medio ambiente (energías renovables, sistemas de calefacción eficiente y reciclaje distrital, pesca en los canales de Estocolmo, etcétera). Sin afán de valorar si está bien o mal, si es deseable tratar de reproducir su modelo socioeconómico o no, para mí es la manifestación de una necesidad humana totalmente fundamental, como el comer. Quizás no sea tanto, pero nadie discutirá que demuestra que, como humanos, necesitamos convivir con otros seres vivos, nos produce goce verlos, o sentirlos, saber que están ahí o recordar que existen; que como sociedad, viviendo en núcleos urbanos aparentemente tan sofisticados y alejados de la rudeza de ambientes rurales, al final buscamos entrar en contacto con la naturaleza. O si no, ¿cómo se explica que coloquen trinos grabados en los paraderos de bus de una ciudad como Upsala, que reconoce y enaltece (con razón) el trabajo profesor Carlos Linneo (1707-1778), padre de la clasificación de los seres vivos (taxonomía)? Una sociedad que no renuncia a los placeres del sistema económico (las compras, los celulares) pero acepta su necesidad de escuchar pajaritos al volver a casa.
El camino del progreso de la civilización occidental parece que ignora esta necesidad, dicen en televisión y en internet que el futuro son la tecnología y las redes sociales (¡qué van a decir!), plantean un futuro predecible en torno al desarrollo económico si se le coloca el apellido Sustentable quedamos más tranquilos. Pero no sé. Falta algo. Quizás se olvida que, al final, los humanos de verdad necesitamos la biodiversidad. Si estamos lejos, salimos a buscarla; o la traemos cerca. No es una necesidad económica (como si los pájaros urbanitas tuvieran precio) ni siquiera estratégica (como si cumplieran alguna función ecológica o servicio ambiental clave para nuestra supervivencia). Algunos le llaman que es una necesidad espiritual.