24/10/2019
Felipe Soza S. & Laura Sánchez J. | Laboratorio Abierto de Ciencias Subantárticas | Centro Universitario Coyhaique, Universidad de Magallanes
Las palabras dirigen nuestra forma de entender la realidad que nos rodea. Lo tenía bien claro el francés Michel Foucault cuando su texto Las palabras y las cosas identifica cómo, a través de la misma episteme, distintas culturas con diferentes lenguajes entienden el mundo que los rodea y le dan sentido. De forma similar lo entiende el sueco Carlos Linneo, quien desarrolló una nomenclatura binominal para nombrar inequívocamente las especies de seres vivos, a saber, la taxonomía. Otros muchos científicos de diferentes disciplinas han trabajado en la importancia del lenguaje, tanto en la práctica y sus usos, como en el sentido que éste tiene en la sociedad y la relevancia de su reproducción en el desarrollo de la humanidad.
Entonces, si el lenguaje construye nuestros hábitos, también podría modificarlos hacia políticas que tiendan a estilos de vida más sustentables, más respetuosas con el hábitat que cohabitamos con una diversidad de otras especies, no humanas (cohabitantes según el profesor Ricardo Rozzi). Aludimos a un concepto (palabra) habitualmente utilizado en políticas con fines extractivistas, los "productos" o "recursos" naturales, para referirnos a otras especies, que son utilizadas de manera antropocéntrica para satisfacer necesidades particulares para una sociedad determinada.
Así, productos forestales no madereros (PFNM) es el término más utilizado actualmente para distinguir las especies silvestres que se extraen del bosque, pero no que son necesariamente derivados de la transformación de los árboles, vale decir leña y madera. En 1992 la FAO propone una definición de los PFNM, pero no explicita concretamente cuáles son las cualidades o las especies consideradas. Tras una cierta controversia, en 1995 se presenta la nueva definición que, si bien es más acotada en relación a las especies, se estima que aplica en el contexto de economía rural y no solo en temas netamente de conservación ambiental. Posteriormente en 1996 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza entrega una nueva conceptualización en la que se destaca a las especies en su carácter biológico, resaltando el valor de las especies en sí mismas y exponiendo además la vinculación que éstas tienen con el ser humano.
Esta breve revisión de conceptos nos permite observar cómo se ha dado sistemáticamente una "invisibilización" y "antropización" de los seres vivos que componen el complejo entramado ecosistémico, al ser nombrados por medio de conceptos económicos propios (y exclusivos) de las sociedades humanas modernas.
Si continuamos ejerciendo un poder coercitivo sobre otros seres vivos no humanos a través del lenguaje, ¿Cómo podremos construir una sociedad más justa, biodiversa e igualitaria en la que todos los cohabitantes del territorio podamos vivir de formar íntegra e inclusiva, haciendo uso de nuestro legítimo derecho de vivir en paz como un ser más en este concierto hermoso que es nuestra comunidad biótica?